Sopeña de Carneros
Población: 112 habitantes.
Sopeña de Carneros está documentada en la antigüedad como "Petra Leve", sin duda por las rocas pétreas donde se situaba la fortaleza y el cordón rocoso que la circunda. La población se distribuye en dos núcleos urbanos divididos por el río.
En el barrio oriental se levanta una ermita que se abre al culto una sola vez al año, el día de la patrona, la Pilarica. Tres cosas de interés se encuentran en este pueblo, todas ellas relacionadas con el agua: la playa fluvial, La Forti y Presarrey con el castro. De reciente creación es la playa fluvial, heredera natural de la tradición bañista de la zona, situada en medio del pueblo.
Playa amplia y limpia, tapizada de pradera, aprovechando un gran remanso del Tuerto, cerca de donde desemboca el arroyo Argañoso, y sombreada por álamos y sauces. El hecho de encontrarse a sólo 3 kilómetros de Astorga la hace muy frecuentada en verano.
A la salida, hacia La Carrera, quedan los restos del balneario de la Forti -abreviatura familiar de Fortificante- estuvo en funcionamiento hasta 1934, y aún se conserva el escenario. La propaganda ofrecía "baños y chorros calientes, fríos, a placer y medicinales, en baños de lujo y pilas", a lo que se añadía un esmerado servicio al estilo de Madrid. Eran remedio seguro contra "herpetismo, escrofulismo, cloro anemia, erisipela, afecciones externas de los ojos, oídos y fosas nasales, y cuantas enfermedades dependen de empobrecimiento de la sangre y debilidad del organismo".
Las propiedades curativas fueron descubiertas por azar, cuando un padre comprobó atónito que la mano de su hijo, pustulosa de herpes (¿?) quedaba sanada después de meterla jugando en las fuentes. De las modestas instalaciones permanece el pabellón, de ladrillo visto con adornos, donde estaban las bañeras, y la casona con corredor y pérgola emparrada con las habitaciones de alojamiento.
Llama la atención un viejo vagón de tren - "El Coche" - que el dueño hizo traer de Madrid y acondicionó como salón social para charlas y jugar a las cartas. En el espacio donde manaban cinco caños queda una bañera de granito boca a bajo y un frondoso serbal centenario, cuya sombra los propietarios van desgranando recuerdos. Dicen, no se sabe si con fundamento o sin él, que los manantiales se secaron a raíz de abrir las cercanas minas de Brimeda. A modo de arco triunfal sobre el Tuerto, se alza el puente de hierro, estructura metálica de aire futurista puesta de moda después del diseño de la torre Eiffel. Fue inaugurado el 3 de noviembre de 1919; durante muchos años en las partidas de mus, los cepedanos envidiaban tantos por los remaches del puente de Sopeña. Una vez atravesado el puente, el camino de la izquierda lleva hasta Presarrey y el Castro. Presarrey es un refrescante y acogedor paraje entre fresnos del país, justo debajo del descarnado castro, popular sitio de baño hasta que las piscinas hicieron su aparición. Los bañistas- entre ellos los seminaristas de Astorga- subían a tumbarse a las elevadas rocas como en una parrilla.De este recodo el río sangra a la izquierda por la Moldera Real (o del Rey), y la derecha por un canal de riego. No hace mucho aún vivía al lado un guarda que se encargaba de la vigilancia y regulación de aguas, sin embargo las nuevas tecnologías han hecho posible que ahora las compuertas sean movidas a través de un ordenador desde Valladolid. La torreta pegada es un pararrayos. Hay que trepar hasta el crestón rocoso, donde se asentaba el castro en terreno mitad de Sopeña mitad de Villaobispo.
En la Peña de Santiago están las famosas huellas del caballo de Santiago: auténticas son seis, las las demás y algunos otros garabatos son obra de grafiteros bromistas. Se ve la marca ferruña, hendida en la piedra, de las herraduras orientadas hacia Santiago. Desde este promontorio en salto gigante, se plantó en Compostela. Al saltar el manto se le cayó al río, brotando al instante una constelación de nenúfares que se criaban en esta parte del río hasta hace poco.
Estas leyendas del paso del Apóstol por La Cepeda se repiten en el tiempo y llegan hasta la última Guerra Civil, cuando hubo gentes que juraban haberlo visto pasar volando con su caballo por el cielo. El lugar, un antiguo castro, es un mirador privilegiado, utilizado por remotos pobladores, y hasta fechas cercanas subían como en romería muchos habitantes de los alrededores para celebrar el domingo tortillero. Encaramados en las rocas, cuya perfección en las aristas las hace parecer piedras de sillería, casi se domina la divisoria de tres ríos: el pequeño Argañoso a la izquierda, Porcos en el centro y Tuerto a la derecha, fácilmente identificables por el bordón vegetal que los adorna.En la imagen, sigue funcionando, girando un volante, la Moldera Real, abierta para mover molinos regidos por una ordenanza especial.
Desde aquí hasta la pasarela del tren poco más abajo se asientan ocho molinos harineros con o sin vivienda adosada, algunos en funcionamiento.También perdura una cantina a la antigua usanza, con balconada de madera y parra, abierta cuando se hizo la carretera de Pandorado.